De Latinoamérica a la esclavitud


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Estas son tus condiciones de trabajo, le dijeron: no tendrás vacaciones, ni días libres a la semana, ni siquiera una noche, ni una hora de ocio al día, nada. Aquí se trabaja las 24 horas.

Tu única compañía será este anciano con alzhéimer, al que tendrás que alimentar, asear y cuidar mientras dure este contrato sin firma. Por supuesto, tendrás que limpiar el piso, del que no podrás salir sola. Y si está nublado, hace frío o calor, ni se te ocurra bajar a la calle con él. Olvídate de aparatos para trasladarlo de la cama a la silla de ruedas. Sabemos que mi padre es grandote y pesa mucho. Pero tu fuerza será tu única herramienta. Ni un euro más, 800 al mes. ¿Lo tomas o lo dejas? Y Teresa Villarroel, que acababa de cruzar el Atlántico en busca de dinero para pagar los estudios a sus hijos, sólo hizo una pregunta: "¿Cuándo empiezo?". Ese mismo día pasó de Bolivia a España. De la pobreza a la esclavitud.

Teresa vivió encerrada' durante dos años en su primer trabajo


Según varias investigaciones, la historia de esta boliviana de 56 años suele repetirse en los casos de mujeres que llegan por primera vez. "Cogen lo primero porque vienen desorientadas y necesitan el dinero para enviárselo a sus familias, tienen miedo al fracaso, a las repatriaciones", explica la enfermera Pastora Hortaleno, que ha impartido unos talleres organizados por la Delegación de la Consejería de Salud en Sevilla sobre este colectivo, en riesgo de exclusión social.

Según una encuesta del Imserso, el 40% de las cuidadoras de mayores contratadas por los hogares es extranjera. La cifra se eleva al 81,3% en el régimen de internas. "Las circunstancias vitales de las recién llegadas, sin papeles, son las que mejor se acoplan a este empleo", sostiene Raquel Martínez Buján, profesora de Sociología en la Universidad de A Coruña, que ha investigado sobre los beneficios de la inmigración al Estado del bienestar. Las mujeres, según Martínez Buján, soportan esta situación un año y medio o dos.

Teresa aguantó dos. "Estaba agobiada, y el pobrecito, con su enfermedad, llegaba a agredirme; tuve problemas con las cervicales, no podía hablar con nadie, me pasaba noches enteras sin dormir cuidándole, fue una locura", resume en el centro de salud del Polígono Norte, donde acudía con el anciano en silla de ruedas. "Estas mujeres necesitan construir una red social para salir de su encierro, pero las familias alegan que si no quieren trabajar, que se vayan, que vendrán otras", asegura Francisco Sánchez, asesor del Servicio de Salud Pública. Saben que es más difícil que una mujer española acepte estas condiciones. "Por eso, el perfil de las cuidadoras está muy definido: sirvientas de Latinoamérica debido a la cercanía idiomática y religiosa", añade Martínez Buján, que subraya que es uno de los pocos trabajos en los que no se solicita experiencia, cuando la atención a mayores también requiere formación.

Sólo se pide cariño y paciencia. E incluso se dan casos, explica la investigadora, en los que la familia solicita la ayuda económica en aplicación de la Ley de Dependencia y la usa para pagar a una cuidadora inmigrante. "Por supuesto, es ilegal", subraya Martínez Buján. La prestación económica es, de hecho, la que más se solicita, cuando la ley, que prioriza los servicios como residencias, la marca como excepción.

La situación de Teresa ahora es muy distinta. Son las ocho de la mañana y ha quedado a desayunar con su pareja, a quien conoció en los talleres. A las diez comienza su jornada laboral cuidando a una anciana. Ya no está interna y le pagan más: 800 euros mensuales más 80 euros por los festivos que trabaje. "Fue muy duro dejar mi tierra, no derramar ni una lágrima y fingir una tranquilidad y fortaleza que estaba muy lejos de sentir. Subí al avión como un muerto viviente", escribió durante los cursos. Ahora su hija subirá a ese avión, cruzará ese océano y verá a su madre. Pero no viene sola. En la maleta guarda ya el título de oftalmóloga.

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