Melilla, puerta de la inmigración ilegal más allá de la valla

La polémica de las concertinas en la valla de Melilla ha provocado que muchos hayan fijado la vista, aunque sea por un instante, en el problema que España tiene con la inmigración irregular en las dos ciudades autónomas. Un fenómeno que es mucho más grave en Melilla, la segunda puerta de entrada de todo el mapa español para cientos de sin papeles, por la que ya han entrado más de 16.000 inmigrantes irregulares desde 2002. Once años de altibajos en la presión migratoria que hoy por hoy, vuelve a estar en uno de sus momentos más álgidos.

A Melilla sólo la supera en la actualidad el Estrecho, aunque a corta distancia. El año pasado, según las estadísticas oficiales del Gobierno, llegaron ilegalmente a la ciudad autónoma 2.186 inmigrantes, más del 60% de los que lo hicieron desembarcando en patera en las costas andaluzas (casi el 80% si se incluye también Ceuta). Pero esas cifras ya son historia porque Melilla, a falta de contabilizar los datos de diciembre, ha vuelto a superar por cuarta vez consecutiva el número de inmigrantes que entraron de forma irregular el año anterior.

En los 11 primeros meses de este difícil 2013 se han contabilizado 2.273 sin papeles. Casi un 4% más que en todo el año pasado, un aumento que seguramente se habría disparado si Marruecos no hubiera arrimado el hombro y si España no hubiera reforzado el dispositivo de la Guardia Civil en la valla, que desde finales de mayo tiene de forma permanente un helicóptero sobrevolando el perímetro cada noche y un par de grupos de antidisturbios llegados de la Península.

Equipos muy especializados que en Melilla sólo se habían visto antes en momentos muy puntuales de mayor presión migratoria, como ocurre ahora en la ciudad, donde el Gobierno compara la situación con la que había en 2005 cuando la crisis de las vallas. Melilla cerró aquel año con 3.245 inmigrantes, un registro algo alejado del que pudiera darse en este 2013 si en diciembre no ocurre nada excepcional. A falta de conocer la cifra exacta, sí será el año que más se le acerque a aquel en que dieron la vuelta al mundo las imágenes de cientos de inmigrantes saltando la valla melillense cada noche. Ahora, ocho años después, el perímetro fronterizo vuelve a estar en el centro del huracán aunque, curiosamente, sólo sea una de las puertas que los inmigrantes utilizan para entrar a la ciudad de forma irregular.

La valla es la vía más barata, y también una de las que menos posibilidades de éxito ofrecen por el férreo dispositivo que despliega sin descanso la Guardia Civil a un lado, y la Gendarmería marroquí al otro. Muchas de las aproximaciones terminan sin que ni siquiera lleguen a tocar la alambrada, como ocurrió aquella noche en la que más de mil inmigrantes se acercaron en fila india, como si fuera una hilera de hormigas, hace apenas un mes.

Pero la valla, aun siendo la única opción gratuita, sólo está reservada para una parte de los cientos de inmigrantes que esperan su oportunidad en las cercanías de Melilla, que suelen ser los subsaharianos varones. El resto, como la mayoría de las mujeres y los niños, por ejemplo, tienen que recurrir a otros métodos gestionados por las mafias: el doble fondo en vehículos o las pateras, previo pago de cantidades desorbitadas, de 3.000 euros en adelante, que les costará pagar una vida entera o incluso las de sus futuras generaciones.

La inmigración no subsahariana

Los pasos fronterizos entre Melilla y Marruecos son las otras puertas por las que se cuela buena parte de la inmigración irregular que llega a la ciudad. "Sólo hay que echar una ojeada por la ciudad para darse cuenta de que aquí no toda la inmigración es negra", apunta uno de los muchos guardias civiles veteranos en la vigilancia de la valla. Las estadísticas del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) le dan la razón, pues más del 40% de los 900 acogidos no son de origen subsahariano.

Argelinos y sirios son los dos grupos más numerosos de este centro tan saturado, que fue construido hace 20 años para albergar a 480 personas. La casuística de estos inmigrantes es diferente a la de los 'morenos', como llaman en Melilla a los de piel oscura, pues aprovechan que sus rasgos magrebíes son similares a las de los marroquíes para confundirse con ellos en los pasos fronterizos.

Allí, en medio de un caos por el que más de 30.000 personas pasan a diario para ir de Marruecos a Melilla y viceversa, estos inmigrantes se hacen pasar por ciudadanos del país vecino enseñando una documentación falsa para entrar a la ciudad sin tener que saltar la valla, montarse en una patera o esconderse en un infrahumano doble fondo.

Así es como cerca de 400 inmigrantes han llegado este año a Melilla haciendo muy poco ruido, sin imágenes vistosas de asaltos a la frontera, pero con el mismo impacto en las estadísticas de la inmigración irregular o quizá más, porque muchos de ellos llegan con la familia a cuestas y con intenciones de pedir asilo político. Es lo que ocurre con los sirios, colectivo en el que la mayoría son niños. De los 177 inmigrantes de esta nacionalidad que hay actualmente en el CETI, 86 son menores de edad. Familias enteras que empezaron a llegar a finales de julio huyendo de la guerra en su país, con un goteo de cinco o seis por semana. Así, poco a poco, han ido formando una colonia muy numerosa en el centro migratorio melillense, sólo superada por el tradicional colectivo argelino, que supera los dos centenares, de los que una cuarta parte son también menores de edad.

El resto de inmigrantes de origen no subsahariano lo forman un puñado de asiáticos de India, Pakistán y Bangladesh, los únicos del CETI, donde se da acogida a inmigrantes de casi 40 nacionalidades diferentes. Casi todo el mapa africano tiene representación en este centro de estancia temporal, donde viven un tiempo hasta que son trasladados a la península, bien para ser alojados en centros de acogida gestionados por ONG, o para ser devueltos a sus países de origen, poniendo fin al sueño europeo incentivado por las mafias.

Porque lo que es cierto es que ninguno de los inmigrantes que llega a Melilla tiene intención de quedarse en la ciudad. Sus aspiraciones tienen como escenario el Viejo Continente, no una ciudad europea enclavada en el mismo suelo africano del que quieren salir que sólo les sirve como un puente más seguro que el Estrecho o las islas de Sicilia, Malta o la trágica Lampedusa.

Cuando la barcaza se hundió a principios de octubre, el Gobierno español mostró su esperanza de que el naufragio sirviera para abrir los ojos de Europa a este problema común de los Veintiocho aunque en realidad todo el peso esté recayendo en España e Italia, fundamentalmente. Sin embargo, Europa no sólo no ha girado la cabeza para ayudar a tapar los agujeros por los que se cuelan miles de inmigrantes al año, sino que además ha puesto pegas a las medidas que se están aplicando, como las críticas de la comisaria europea de Interior, Cecilia Malmström, hacia las concertinas. "Si yo fuera el comisario, ya habría venido a Melilla para ver lo que está pasando aquí", dijo esta semana el delegado del Gobierno en la ciudad, Abdelmalik El Barkani.

Mientras Malmström se decide o no, la concertina sigue avanzando por la valla, igual que el contador de entradas ilegales continúa subiendo imparable, con el mismo ímpetu con el que los inmigrantes escalan las vallas de Melilla, España y Europa.

elmundo.es

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