La globalización de la indiferencia


Casi dos años han pasado desde aquella jornada en la que el Papa Francisco llegó a la pequeña isla italiana de Lampedusa, para acompañar a los familiares de decenas de inmigrantes muertos en su intento desesperado por llegar a Europa. Era su primera salida oficial y resultó una declaración de principios. ¿“Quién de nosotros ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas, de todos aquellos que viajaban sobre las barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres que buscaban cualquier cosa para mantener a sus familias?”. Su comprometido mensaje, los rostros de la alcaldesa socialista y del párroco de Lampedusa, fueron portada de muchos diarios del planeta. Pero nuevas y más graves tragedias demuestran que los que tienen el poder para hacer, no solo no han hecho nada para evitarlas, sino que con sus políticas continúan incrementando el número de refugiados y de parias que arriesgan sus vidas para encontrar su lugar en el mundo.

Casi un millar de víctimas que escapaban de la miseria y de las guerras

Centenares de seres humanos pueden haber muerto en el canal de Sicilia, cuando se hundió el viejo pesquero en el que alguna de las mafias de traficantes les prometió que llegarían a la isla de Lampedusa. Según el relato de uno de los 28 sobrevivientes, podrían ser 950 los inmigrantes que iban a bordo. Como es habitual, la embarcación era muy precaria, un pesquero más cerca del desguace que de navegar. Son los “recipientes” habituales que utilizan los traficantes para su “negocio” de llevar inmigrantes a Europa. Eso, la sobrecarga y la falta de condiciones seguras de navegación, son las causas que provocan muchas veces una tragedia anunciada. Si se confirma el número de víctimas, será la más grave que se produce en el Mediterráneo en la última década. La proximidad de un navío de carga portugués y la existencia de un puñado de sobrevivientes, ha permitido que esta tragedia no quedara como la “desaparición” de un barco con un número impreciso de inmigrantes como suele ocurrir. Esta vez, desde un primer momento se tuvo conciencia de la magnitud de la tragedia.

Según las últimas informaciones reveladas por la Fiscalía de la provincia italiana de Catania, entre los ocupantes habría unas 200 mujeres y entre 40 y 50 niños. Las víctimas serían de Argelia, Egipto, Somalia, Nigeria, Senegal, Malí, Zambia, Bangladesh y Ghana. Por supuesto, no se mencionan europeos ni nacionales de ningún país “desarrollado”. Uno de los supervivientes relató que la mayoría de los inmigrantes iban encerrados por los traficantes en los compartimentos más bajos de la nave, lo que seguramente impidió una posible huída antes del naufragio.

La tragedia estimula la hipocresía europea y mundial

Como suele ser habitual, las cancillerías europeas entonaron sus plañideras declaraciones de rigor. “Lamentable”, “no debe repetirse”, “vergonzoso”…Y todos se sienten en la obligación de añadir una frase que supone una forma de terminar con las tragedias.

El secretario de exteriores británico Phillip Hammond proclamó en Luxemburgo que la solución pasa por “el ataque contra las redes del tráfico de seres humanos”. No es que sea imbécil. Es la hipocresía en estado puro. Sabe que no sirve atacar las consecuencias sino el origen del problema. Y que si hay mafias es porque hay seres humanos desesperados. Y la causa de su desesperación es el horror de la miseria, de la desigualdad y en particular de la violencia. Porque en sus lugares de origen, abundan las armas de todo tipo, y faltan los alimentos fundamentales y hasta el agua. Libia y Siria se han convertido en escenarios del espanto. Casi dos millones de habitantes han huido de Siria y más de seis millones son desplazados internos. Como decía uno de ellos que pudo llegar a España: “Nosotros respiramos pero no vivimos, vivir es otra cosa”. Su país lleva años en una guerra en la que hay tantos que matan en nombre del gobierno, de grupos de oposición, de su religión o de sectas y movimientos minoritarios que han convertido el país en un escenario bélico permanente donde lo que único que no faltan son las bombas y las metralletas. En ello contribuyen eficazmente gobiernos de países “civilizados”, como les gusta autodefinirse. Entre ellos Estados Unidos, Francia, Reino Unido, España o Israel. A todos los que matan y destruyen poco les importa el futuro de Siria y de su pueblo.

Y mientras redacto esta crónica, aviones de Arabia Saudí bombardean población civil de Yemen, provocando decenas de muertos y heridos. El país atacante decidió intervenir en una lucha interna y encabeza una coalición que también integran Qtar, Kuwait, Emiratos y Marruecos entre otras naciones. Los organismos internacionales “miran hacia otro lado”.

En las últimas horas barcos de guerra de los Estados Unidos han llegado al Mar Arábigo para “garantizar la navegabilidad en la zona”. Yemen con 24 millones de habitantes es uno de los países más pobres de la región. Y como es previsible comienza a generar decenas de miles de refugiados que intentan escapar de los ataques y bombardeos. Más refugiados, más desesperados que se sumarán a los que aguardan en las costas libias para cruzar el Mediterráneo.

Libia afrontó en febrero del 2011 choques entre el gobierno de Gadafi y grupos opositores. Pero un mes más tarde, Francia y Reino Unido decidieron tomar partido y comenzaron a dar apoyo militar a los rebeldes. En los meses siguientes, creció la intervención con la llegada de la flota norteamericana y finalmente fue directamente la OTAN la que sumó sus bombas y sus misiles. Entre los que la prensa europea y norteamericana definía como “aliados” en esta empresa guerrera también se anotaron las “petromonarquías” de Arabia Saudita y Qtar.

Nunca se sabrá cuantos muertos dejó la “liberación” libia. Tras 8 meses de guerra, asesinado Gadafi y balcanizado el país en áreas controladas por tribus, sectas o simplemente grupos de delincuentes, Libia se convirtió en un espacio geográfico ingobernable. Los “civilizadores” se aseguraron el control de los recursos petroleros de una forma directa o negociando con los ocasionales “dueños” y luego se “lavaron las manos”. Ahora para ellos Libia es “un estado fallido”. Su pueblo, como los iraquíes, los afganos, los palestinos, los yemeníes y tantos otros, son víctimas de las intervenciones militares extranjeras y de situaciones internas insoportables.

Otra vez lamentos y promesas

Las sucesivas tragedias en el Mediterráneo, son hechos “incómodos” para los gobiernos europeos y para todos los dirigentes mundiales implicados. En especial cuando ponen en evidencia que los países por los cuales han pasado con sus bombarderos, sus flotas y sus “drones”, han dejado caos y destrucción. Y que han provocado que cientos de miles de hombres y mujeres intenten escapar y encontrar su lugar en el mundo.

Los protectores de los bancos y los poderes económicos, tan prestos y eficaces en defender a los mercaderes, resultan inútiles a la hora de preservar vidas o tomar decisiones que mejoren las condiciones de quienes huyen de la guerra y de la miseria. Desde sus confortables salas en Bruselas y Luxemburgo vuelven a convocar solemnes reuniones donde repetirán su compromiso de “tomar medidas”. Pero es más que improbable que reconozcan sus propias responsabilidades.

No admitirán que lo que les preocupa en el área mediterránea es impedir que les lleguen los “indeseables”, no rescatar a los náufragos. Abren sus fronteras a los capitales, pero las quieren blindadas para los seres humanos que huyen de la miseria o de la guerra.

No reconocerán que sus incursiones neocoloniales para “poner orden” dejan un rastro de muerte y destrucción en amplias regiones del área mediterránea.

Tampoco admitirán que sus acuerdos “de cooperación económica y financiera” que imponen a los países africanos implican una venta de sus materias primas a un precio inferior al del mercado internacional. Y que para mantener esas relaciones de explotación no dudan en utilizar directa o indirectamente la violencia, eliminando a quienes ofrecen resistencia o promoviendo dictadores o gobernantes sumisos.

Su discurso mediático estará dirigido -una vez más - a ocultar las causas estructurales de las corrientes migratorias de las cuales son responsables. Por sus conductas coloniales en el pasado y por su continuidad en los expolios en el presente.

Preferirán centrar su discurso en quienes trafican con los desesperados. Mostrarán procedimientos policiales, dirán que han desmantelado redes de traficantes.

Pero eso no solucionará las causas estructurales. Solo aumentará los riesgos y la indefensión de los que huyen de la miseria y de la muerte.

Los mensajes exculparán a los gobiernos europeos. E intentarán aplacar las malas conciencias de los ciudadanos. Tratarán de imponer la sensación de que las tragedias en el Mediterráneo son algo natural, como los terremotos o los tsunamis. En eso contarán con la colaboración de todos los grandes medios de comunicación. Desde allí, sin descanso seguirán tejiendo las redes de la indiferencia.

Contra esa terrible metástasis tenemos que luchar para considerarnos dignos. Para que nuestra vida tenga sentido. Que no nos mientan más.

Stéphane Hessel, uno de los artífices de la Declaración de los Derechos Humanos - aquello que se menciona mucho y se cumple poco - nos decía que “la indiferencia es la peor de las actitudes”. Antes de dejarnos, proclamó su propuesta: ¡indignaos!

Pues sí, tomar conciencia e indignarnos y denunciar a los verdaderos responsables de tanta muerte y tanto dolor.

“Desgraciados los tiempos en los que hay que explicar lo obvio”.

Carlos Iaquinandi Castro, redacción de SERPAL,
Servicio de Prensa Alternativa.

via -alainet

Publicar un comentario

0 Comentarios